Una noche en Tlatelolco
Hola, hoy es 2 de Octubre, se conmemora la matanza de los estudiantes en la plaza de Tlatelolco en manos de los militares bajo las ordenes de Echeverría. Se cumplen 56 años de este suceso que ha dejado marca en los movimientos estudiantiles.
Personalemente y como muchos hijos de estudiantes de la UNAM y nietos de los jovenes de esa época; conozco la historia desde que soy niña. Una serie de manifestaciones liderada por estudiantes que el gobierno veía como posible obstaculo para las olimpiadas de ese mismo año. Todo culminaría un par de semanas antes con una ola de sangre y cientos de cuerpos desparecidos.
El 68 fue un año caótico en muchas partes, podemos ver los estragos en Francia por ejemplo; pero aquí se vivieron meses de represión, desapariciones y muertes.
Es en este marco donde quise escribir una historia en esta época solo que quedo corta para lo que quería hacer y larga para todo lo demás. Les dejo el texto esperando que al menos los haga sentir algo.
...
Desperté sudando y por un momento olvidé donde estaba.
La luz de la luna entraba por el cancel de la habitación, mi respiración lucía agitada y los recuerdos de los últimos momentos comenzaban a azotarme; gritos, disparos, soldados, dolor. Me habían disparado en el pecho, justo en el lugar donde cada día desde hacía ya tantas mañanas ponía mi mano por un dolor repentino. Los doctores ya habían descartado pequeños infartos y aunque venía de una familia con problemas cardiacos; yo estaba bien.
Como cada mañana, me levanté de la cama y caminé hasta el cancel para luego salir al pequeño balcón que existía. La noche comenzó a esfumarse cuando logré respirar. No sé qué me pasaba; tan solo era cerrar los ojos cada noche para que mi inconsciente me colocara en el inicio de aquella noche en Tlatelolco. Al principio pensé que mi cerebro solo interpretaba cada historia y reportaje que había visto para documentarlo. Pensé que era un efecto secundario de mi obsesión ante tal acontecimiento, pero entonces de días, fueron semanas y esas semanas comenzaban a contar como meses; la peor parte es que siempre despertaba cansada, no importaba qué tan temprano me acostará a dormir o cuantos viajes en metro aprovechaba para descansar. Al final siempre acababa muerta del cansancio y por más que intentará volver a dormir, se me hacía imposible.
Cómo ese día aparentaba ser lo mismo de siempre, regresé a mi habitación para cambiarme y salir a correr. A veces el cansancio hacía que pudiera dormir un par de horas más antes de levantarme y tener que arreglarme para irme a la oficina. Y así fue, toda mi rutina se desplegó ante mí; bañarme; desayunar; ir en metro a la oficina; pasar por un café; caminar a mi escritorio; dejar mis cosas; ir a la junta mensual; regresar y ponerme a escribir.
El día se presentó tranquilo; había aprovechado al máximo el tiempo, para ya no llevarme a casa más trabajo; termine saliendo muy tarde de la oficina, tan tarde que en el último tramo del recorrido tuve que ir caminando hasta mi casa, la ciudad ya estaba algo solitaria; llevaba los audífonos a todo volumen, cruzaba una de las calles cuando de repente una luz me cegó y algo me mandó por los aires.
…
—¡¿Por qué la trajeron aquí?!
—No podíamos llevarla al hospital, ¿olvidas que los militares nos buscan?
—¿Y su gran idea fue recoger a una chica inconsciente de la calle, que viste de manera muy rara y traerla aquí?
—Para empezar es culpa de Mario, él la atropelló.
—Ya les dije que apareció de la nada.
—Sí bueno, eso no quita que la aventaste con el auto.
—¿Dónde está el auto?
—Carlos conoce a alguien que no preguntara por el golpe.
—¿Creen que sea buena idea estar todos aquí para cuando despierte?
—Tienes razón, debemos ir con los demás, Daniel tú quédate aquí, regresaremos al rato.
Me dolía el cuerpo, pero el hecho de que la única voz de mujer que había identificado se había ido, me daba miedo moverme y enfrentarme a quien sea que fuera Daniel; me encontraba en lo que parecía ser un sillón, mirando hacía el respaldo.
—Ya sé que estás despierta, puedo ver el cambio de tu respiración.
—¿Dónde estoy?
—¿Quién eres?
—Yo pregunté primero —dije girando hacía la voz, el espacio se veía antiguo, papel en las paredes, plantas en las esquinas, una mesa de madera en el centro y del otro lado de la sala había un chico sentado en un sofá individual; vestía antiguo, tenía la piel morena y el cabello rapado. Me miraba en la espera de que hiciera algo; como pude me senté.
La cabeza me dolía demasiado y el cuerpo igual o peor.
—Mario te empujo con el auto, pero Ana dice que no tienes nada roto, solo estarás adolorida un par de días y tenemos analgesicos para eso.
—¿Dónde estoy?
—No sé si pueda decirte, pero tranquila, es un lugar seguro.
—Mis cosas, yo traía una mochila —dije acordándome de repente, él se levantó y salió de la habitación, regresando un momento después con mi mochila.
En cuanto la tuve conmigo saqué todo, mi laptop tenía la pantalla estrellada y el celular no encendía; la bolsa del maquillaje parecía intacta; mis lentes seguían en la funda; audifonos; chicles; todo estaba en la bolsa. Él miraba lo que hacía de una manera extraña, mientras tanto yo volvía a guardar todo, debía irme.
—¿Qué es eso? —preguntó cuando tomé la laptop.
—¿Una laptop?
—¿Y eso qué es?
—¿Una computadora?
—Eso es demasiado delgado para ser una computadora —dijo riendo, se levantó y tomó la caja de los audífonos —. ¿Esto qué es?
—Audífonos.
—Son demasiado pequeños.
—Pues son de Bluetooth.
—¿Son qué?
—Empiezo a creer que me estás haciendo una broma —dije ya estresada, le arrebate los audífonos y termine de aventar todo dentro de mi mochila.
—La mochila, es rara.
—Es una Kanken —me miró sin entender —. Es una marca sueca.
—Aja.
—Bueno, gracias por esto, pero debo irme, si me puedes prestar un celular para pedir un Uber.
—Dices cosas muy raras, ¿Puedo preguntarte algo? —lo miraba extrañada —. ¿Por qué tu chaqueta dice hecha en Vietnam?
—Porque la hicieron en Vietnam.
—¿Cómo si están en guerra?
—¿Otra vez?
—Vietnam nunca ha estado en guerra antes.
—Claro que sí, se acabó en la década de los 70, la intervención del ejército de Estados Unidos siempre ha sido algo de lo que se aprende en la escuela, actualmente es con Palestina e Irak.
—¿Cómo sabes que se va a acabar en los 70?
En ese momento ya nada tenía sentido; parecía una broma, un mal chiste y la única explicación parecía aún más loca que todo el asunto.
—¿Qué día es hoy?
—2 de agosto.
—¿De qué año?
—1968.
No era posible, esto ya era una broma demasiado horrible; le había dicho a Cris sobre mis sueños, sentir que vivía esa noche en Tlatelolco, sentir como me moría por una bala perdida y ahora me estaba haciendo esto. Comencé a reír y Daniel me miró extrañado; me levanté tomando mi mochila y buscando donde estaba la salida.
Era una casa algo grande, pero por fin encontré por dónde ir.
—Fantástico, dile a Cristian que se puede ir a la chingada, no es divertido jugar con esto.
—¿Jugar con qué?
—Claro, hazte pendejo —gire a verlo cuando trate de abrir la puerta y no pude, me gire para verlo y él se veía extrañado; miré alrededor y vi algunos carteles y telas; en serio no podía creer lo que estaba viviendo.
—No te entiendo y es en serio, no puedes salir, es un espacio muy resguardado para nuestro bien y no conozco a ningún Cristian, mira, anoche veníamos de…
—Ciudad Universitaria, el rector marchó con los alumnos un primero en agosto de 1968 por las represiones acontecidas contra estudiantes; luego de eso se crearía el Consejo Nacional de Huelga —complete por él.
—Es correcto lo de la marcha, pero ¿como sabemos lo del CNH? No ha sido anunciado.
—Porque se estudia en la escuela, las marchas del 68; el 2 de octubre; Tlatelolco; los juegos Olímpicos; Echeverría y Díaz Ordaz —me había quedado fría en donde estaba —. ¿Cómo es posible?
—Mario te golpeó muy feo.
Comencé a hiperventilar, ¿Cómo era posible que estuviera en el 68? Él se espantó e hizo que me sentara en una de las sillas del comedor, me llevó agua y tomó una distancia considerada; esperaba por mi actuar.
—¿Me prestas un teléfono?
—Claro, está en la sala.
Me regreso a dónde había despertado, en uno de los muebles había un teléfono de esfera giratoria; probé con el número de la casa de mis padres y no funcionaba; probé con el mío y señalaba que tampoco existía; probe con cada número que recordaba y nada; justo cuando el pánico empezó a aparecer escuche la puerta abrirse; me quedé callada para escuchar.
—¿Tu que tienes? Te ves raro —dijo la persona que entró.
—Oye, esto te va a parecer extraño pero la chica sabe lo del CNH
—¿Cómo sabe algo que aún no se anuncia?
—No lo sé, hay cosas muy raras en la bolsa que encontramos, dice que es sueca y que su chamarra dice Vietnam porque la hicieron ahí, pero hay una guerra Mario; también dijo que se acabará la guerra en la época de los setenta y por último habló de cosas de un 2 de octubre y Tlatelolco.
—Daniel, deja de meterte cosas.
—No me metí nada, creo que la chica viene del futuro.
—¿Cabrón, cómo chingados va a venir del futuro?
—Pues eso no lo sé, pero sabe cosas.
—¿Dónde está?
—En la sala.
No pasó ni un minuto cuando llegó a la sala, yo estaba con la mochila puesta sentada en el sillón; solo lo vi entrar y sentarse en el espacio que antes había ocupado Daniel. Era un tono de piel más blanco, el pelo lo llevaba algo largo y de igual manera vestía como en la época.
—Daniel dice que sabes cosas del futuro; pero eso es imposible.
—Yo creo lo mismo, no pude llegar al pasado solo por un golpe.
—¿Cómo sé que dices la verdad?
—Ese es el problema, no puedo, me sé la historia del movimiento, sé que habrán muchas cosas antes del 2 de octubre donde la mayoría de la gente morirá o será detenida, pero puedes no creerme y está bien porque pruebas no tengo.
—Me llamo Mario —dijo tendiendome la mano, la estreché después de unos minutos.
—Alexa.
Estuvimos un par de horas conversando, comenzaban a molestarme sus comentarios machistas y misóginos; lo cual parecía ser la norma por esos años pero no podía no enojarme; justo un par de hombres y una mujer entraron cuando un jarrón con flores voló por la habitación estrellándose en la pared justo a lado de la chica, había dicho algo que ya no soporte por lo que solo quería estrellarle algo en la cabeza. Mario, Daniel y yo nos quedamos fríos al ver los restos en el piso y a la chica que parecía contar hasta diez para no perder los estribos.
—Me duele la cabeza, iré a dormir y Mario me debes un jarrón —dijo la chica pasando de largo hasta las escaleras.
—¡Pero fue ella! —dijo indignado el acusado.
—¿Y quién la atropello?
—Tiene un punto —dijo otro de los chicos subiendo detrás de ella.
Iba a ser un largo camino de vuelta a casa.
…
—Deja de verla, se va a dar cuenta —dijo Daniel mientras caminábamos por las islas.
—Perdón, es que se ve muy bonita hoy —dije dándole a un par de chicos que iban pasando folletos para la próxima marcha.
—Pero ese “no le digas a nadie porque esta sociedad no está lista para esto” se borra por completo cada que la miras, desde el día uno.
—Ya, perdón, solo que, agh, siempre recibo señales confusas de su lado, ¿sabes? entiendo que son los sesentas y que la primera marcha LGBTQA+ en México será hasta los setenta pero, ¿Por qué me besa y luego se va con Juan a su departamento?
—No entendí ni la mitad de lo que dijiste pero no lo sé, Teresa siempre ha sido diferente solo no pensé que le iban tus cosas —dijo deteniéndose antes de subir por las escaleras de la facultad de filosofía y letras.
—¿Mis cosas?
—Sí si, ya sabes, yo soy misógino, machista y jotofobico.
—Homofobico en realidad y tu también eres queer.
—Como sea, deberías hablar con ella pero, no esperes mucho ¿sabes? ya lo dijiste tú, estamos en los sesenta, estamos a cincuenta años de tu vida mágica donde todos tienen derecho a ser quienes son; aquí solo buscamos esos derechos a nivel personal.
—Lo sé, ¿Por qué ella no pudo nacer en treinta años?
—Por lo mismo que tú no naciste en esta época.
Terminé en una clase de filosofía en la facultad, hacía un par de años que no pisaba ese lugar, había cambiado mucho en cincuenta años, pero en definitiva los puestos de libros se veían como si hubieran nacido con la facultad misma. No lo sé, era muy extraño para mi visitar un lugar en sus casi inicios.
Con respecto a mi situación había pasado un mes completo y no sabía que ocurría con mi vida en ese espacio en el tiempo; así que me termine rindiendo en la búsqueda de una manera para volver, no sin antes percatarme que muchas de las cosas que conocía del futuro comenzaba a ser borrada de mi mente. Aún así, Teresa me había dado asilo en su casa donde vivía con su hermano Daniel y dos amigos, Mario y Carlos.
Juan era su pareja y lo que me habían dicho era que se iban a casar en algún momento; llevaban comprometidos desde la preparatoria pero casi tenían veintiséis y los planes de boda siempre se perdían en el infinito. Hace un par de semanas aprendí porque.
Teresa es lesbiana, demasiado lesbiana para salir con el mayor hetero que he conocido en la historia; pero ya había conocí a sus papás, ya vivo su realidad y solo quiero regresar a mi tiempo; trabajar en la revista, ir a bares saficos y gritarle al mundo a quien amo.
Ella no puede hacer nada de eso, viene de un pueblo, se fue a vivir con el primer chico que le dijo te amo y me beso luego de una botella de tequila; lo que me deja demasiado confundida, es muy linda, guapa y para ser su primera vez con una mujer si que sabe mover la lengua; pero un día me voy a ir, ella no puede venir y definitivamente yo no me quiero quedar.
Quiero mis pocos derechos como mujer blanca bisexual y eso no va a pasar si me quedo por más de la cuenta. Le hago señales a Daniel para que entienda que saldré de la clase y es en el pasillo cuando la vuelvo a ver; ella se ve agitada y me mira, caminó deprisa porque manifestaciones y cosas; al principio creo que paso algo, pero justo cuando llego a su lado me jala a las escaleras y me besa.
Es una puta joya tener sus labios sobre los míos y por ahora solo hablo de los de la cara, pero por más que ame esto debo hacerlo parar, que es lo que hago para después tomarla de la mano y llevarla al baño más cercano que tengo, el cual está en el piso de arriba. Una vez dentro me escondo cerca de los lavabos, donde ella me empuja y trata de volver a besarme pero la detengo.
—Mi subconciente me esta matando, pero no puedo hacer esto; y me encanta pero no soy de las que se besa con una chica linda a puerta cerrada y creeme que entiendo todo el contexto; nací después del dosmil, en mi vida, si quiero besar a una mujer no me meto al baño y menos a espaldas del novio de esa chica; Tere yo, soy una mujer bisexual de veintres años que por alguna razón viajo cincuenta años al pasado y me gustas, mucho, demasiado; pero si me veo en la necesidad de decirle no a esto.
Ella me miraba muy atenta; estaba demasiado seria y no sabía qué más hacer; me tomó de la mano entrelazando nuestros dedos.
—Ya hable con Juan, al parecer el hecho de que durmiera con Mario para darnos espacio no era exactamente por comodidad y lo conversamos; así que venía a enfrentar mis demonios y aceptar que, soy una mujer lesbiana de 24 años que viene de un pueblo donde lo diferente es quemado en una hoguera y que llego a la capital por un mejor futuro; pero ahora te conocí y estoy dispuesta a pelear por esto.
Estaba a punto de besarme cuando los disparos empezaron; me quede quieta por un momento tomándola del brazo cuando una serie de disparos me hicieron reaccionar, la empuje a una de las puertas con excusado y la hice subirse a este; ella estaba entrando en pánico y yo solo pensaba en que era 13 de septiembre, veníamos de una asamblea y ahora había disparos y gritos por todo el pasillo.
Daniel estaba en el piso de abajo, tenía a su hermana llorando enfrente de mí y con mi mano tapaba su boca tratando de acallar sus sollozos; comenzaba a rezar para que nadie nos escuchara. Mi idea de meterme con una chica a un cubículo no era precisamente está.
Pasamos la noche en el baño, teníamos hambre y solo bebíamos el agua de la llave. Casi al amanecer, escuchamos pasos en el pasillo y corrimos al cubículo justo antes de que alguien pateara la puerta del baño, dejando de respirar.
—¿Alex? ¿Estás aquí? —era Mario, no podíamos movernos, sentía las lágrimas bajar por mi rostro y Tere empezaba a berrear de nuevo —. Puta madre, ¿dónde estás?
—Aquí —dije antes de soltar un sollozo, nos bajamos del retrete y abrí la puerta encontrándome a Mario y un asustado Carlos; ambos nos abrazaron fuertemente. —¿Entró el ejército? Daniel estaba en la clase
—Sí, ya se fueron, el sol está saliendo, debemos irnos —no pase por alto que ignoró la información de Daniel.
—¿Y mi hermano? —preguntó Teresa dándose cuenta de lo mismo.
—Juan, él…
—Mario, ¿dónde está mi hermano?
—No lo sé, Juan, él fue a buscarlo a las comisarías, se llevaron mucha gente y entre ellos a tu hermano.
En el instante Teresa se desvaneció, estuvimos un rato tratando de traerla con nosotros para después irnos de ese lugar. Cuando volvimos a la casa, Juan estaba hablando por teléfono.
—Sí, sí es él, ¿dónde está? Voy para allá —colgó y nos miró, Mario ayudaba a Teresa a sentarse, yo estaba en shock pero esperaba por lo que él diría —. Ya lo encontraron, pero debo correr, digamos que lo encontraron con un chico en las escaleras, lo van a mandar a Lecumberri por joto.
No pude dejar pasar que Mario lo volteo a ver espantado; Carlos se terminó yendo con él, mientras que yo me quedaba con Teresa y Mario preparaba comida. Fueron las horas más horribles de esas semanas, unos días antes habíamos marchado en silencio, la mañana anterior habíamos tenido una asamblea y ahora veníamos de sobrevivir a una violanción a la autonomía de la universidad.
Había leído mucho sobre esa noche, el corredero de gente, personas que se escondieron por días y la cantidad de desaparecidos que nunca volvieron a casa. No sabía cómo había comenzado a perder la memoria pero sentía que pronto olvidaría todo lo que sabía de la humanidad y sería una joven adulta más en está realidad.
Mi pasado era su futuro y ahora era mi futuro también.
Muchas horas después Carlos y Juan cruzaron la puerta con un Daniel demasiado golpeado; apenas se sostenía de pie; su hermana rápidamente actuó y nos puso a todos a ayudarla. Fueron las peores horas de mi vida; llevaba casi cuarenta y ocho horas sin dormir, pero tampoco estaba cansada, solo era horrible y ya había olvidado que todo se pondría peor, es por eso mismo que esa misma noche comencé a escribir todo, para que cuando volviera a mi tiempo, no olvidará esta lucha.
…
—Me toca, tres lugares que quieras conocer.
—Alguna playa, París y Argentina.
—Lugares raros.
—¿Los tuyos?
—Paris concuerdo, Nueva York y Londres
—Tal vez después de los juegos podamos ir a París juntas.
—Me encantaría.
Había despertado en la cama de Tere como ya cada mañana, la miraba por debajo de las cobijas y tan solo platicabamos antes de enfrentarnos con el día, ya había olvidado casi toda mi vida anterior; le pertenecía exclusivamente a la chica que tenía enfrente.
—Chicas, no quiero entrar y volverme a traumar pero la CNH ya llegó —se escuchó a Carlos del otro lado.
—Claro, ya vamos.
Nos levantamos entre risas y procedimos a cambiarnos; una vez con ropa bajamos al comedor donde lo que quedaba del consejo nacional de huelga ya estaba discutiendo sobre la marcha de esa noche. Era llegar a Tlatelolco, desde el edificio Chihuahua hacía la plaza se haría el mitin; dariamos un tiempo en paz para que los juegos olímpicos se dieran y después nos darían audiencia con el presidente para escuchar nuestras demandas.
Ya habíamos ganado.
—Después de que se dé el mensaje iremos hacía el Zócalo; luego ya podremos descansar, ya se terminó esto —dijo uno de los chicos, Tere no espero y me besó enfrente de todos, a ellos no les importaba y yo era muy feliz.
La tarde pasó haciendo carteles, practicando el discurso y soñando con lo que vendría después de los juegos. Buscaríamos otro lugar donde vivir, si bien la renta no era problema, queríamos algo propio, pequeño, solo para nosotras dos.
Llegamos a Tlatelolco alrededor de las cuatro de la tarde, algunos chicos ya estaban en el edificio con las bocinas y el micrófono. Una hora y media después se anunciaban los siguientes pasos del movimiento; había demasiada gente en ese lugar. Todo estaba bien, comenzaba a oscurecer y la idea era irnos en ese momento al zócalo, comenzaban a cerrar el mitin cuando una bengala cruzó el cielo. Fue un momento muy raro de paz antes de que las rafagas de balas rompieran el silencio; todos corrimos para ocultarnos, el sonido era horrible y pronto vi la entrada de los tanques de guerra.
Mi único objetivo era salir de ese lugar con Teresa. Tratamos de correr entre la gente, bajar del edificio y llegar a la plaza; donde había muchos corriendo de un lado al otro; soldados disparando a los estudiantes.
Tenía a Teresa de la mano y no la soltaba, tratábamos de buscar a los demás, esquivamos cuerpos, soldados; pisamos carteles y pertenencias. Nos terminamos escondiendo detrás de un edificio para poder respirar.
—Debemos seguir, volver a la casa, ellos nos encontrarán allá —dije tratando de respirar, estaba todo oscuro y la rafaja de disparos seguia, el sonido de un helicóptero nos rodeaba; ella había comenzado a llorar, la atraje hacia a mi y le deje un beso en la frente —. Todo va a salir bien.
—Se que no es el momento y te conozco relativamente poco, pero Te amo —soltó antes de besarme.
—Yo también te amo, ahora, vamos.
La volví a tomar de la mano y comenzamos la carrera entre el laberinto de edificios, no se veía nada y no estaba segura por donde íbamos hasta que un grupo de soldados nos encontraron, no hubo tiempo de reaccionar cuando nos dispararon; no sentí el impacto de la bala atravesarme tan solo sentí frío; los soldados creyeron que las dos habíamos caído y en cuanto se fueron Teresa trato de hacerme seguir siendo conciente de lo que acababa de pasar.
—Alexa, no, por favor, veme, por favor, no me dejes, aún debemos llegar con los chicos, Alexa —la sentía colocar sus manos sobre la herida y aún en la oscuridad sabía que era demasiada sangre.
—Vete —logré decirle pero ella seguía negándose —. Vete, encuentralos y pónganse a salvo, ve.
Lo último que vi fueron sus ojos.
…
Mi cuerpo dolía mucho, no podía moverme y el tratar de abrir los ojos me costó toda mi energía. Pero cuando lo logré descubrí que estaba en un hospital, una pantalla tenía lo que parecía ser el inicio de un capítulo de The boys; trate de moverme pero el dolor pudo más conmigo y el esfuerzo provocó que algo pitará; un momento después una enfermera apareció para revisarme.
Me hacía preguntas de reconocimiento y más o menos podía responder; la cabeza me mataba y un doctor ya había llegado a verme. Luego de un rato eran casi seis personas revisando que no me moriría; cuando finalizaron dejaron entrar a mi hermano.
—¿Cómo te sientes?
—Me duele todo —dije obligándome a hablar —. ¿Qué pasó?
—Un idiota se pasó un alto y te mando a volar, por suerte acepto la culpa y te trajo al hospital, también ha pagado todo.
—¿Cuánto llevo aquí?
—Toda la noche, mamá estuvo más temprano, se acaba de ir a bañar; los doctores dicen que los dolores pasarán después de unos días.
Después de eso me había tenido que quedar una semana más en el hospital antes de ir a casa y tres semanas después ya estaba de regreso en el trabajo. Ese sueño, el mismo que había vivido noche tras noche, había desaparecido y en su lugar se había quedado el recuerdo de los meses vividos en el 68; los chicos, las protestas, las risas, ella.
Sin que nadie se diera cuenta había puesto a una de las becarias a buscarla; si seguía viva podía hablar con ella, sino, al menos podía buscar su tumba o cripta. Pasaron algunos días hasta que la chica la encontró.
—Al parecer ha vivido en el mismo lugar toda su vida y dice que estaría encantada de hablar contigo —me dijo mientras salía de una junta.
—¿Esposo? ¿Hijos?
—Su marido murió hace un par de años y tuvo tres hijos, uno de ellos falleció en un accidente de auto cuando era joven, los otros dos se casaron, fue una de sus nietas quien me contestó—llegué a mi oficina y tome el papel con sus datos, número y dirección; la reconocí de inmediato —. Puedo cubrirte si quieres ir de una vez.
—Sí, no tardó o tal vez sí; ¿Le dices a Víctor que tuve revisión médica?
—Claro, suerte.
Recogí mis cosas lo más rápido posible y salí rumbo a la casa que había sido mía unas semanas atrás. Al llegar al lugar, me estacioné afuera y me mentalicé para lo que encontraría, la casa estaba pintada, se veía modernizada y ahora lucía un patio enorme; respire hondo y salí del auto.
Toqué un par de veces el timbre y quién salió a abrirme era una chica de más o menos mi edad, pude ver la belleza de Teresa en ella, más tranquila le dije que un momento atrás se habían contactado para hacerle una entrevista a su abuela. Me dejó pasar y me guío por la casa hasta uno de los cuartos de la planta de abajo.
Recordaba que había sido de Daniel tiempo atrás y ahora me preguntaba que había sido de todos ellos; quienes habían sobrevivido, quienes no, qué había pasado esa noche en Tlatelolco.
La chica entró primero para hablar con ella y al escuchar su voz me congelé. Salió para invitarme a pasar y una vez estuve dentro se me olvidó todo lo que tenía que decir.
Ya la había conocido, meses atrás había ido a la oficina, personalmente le había dado un recorrido.
—Así que casada, con hijos y ahora nietos —le dije mientras observaba el cuarto, las paredes estaban vacías, una única ventana a medio abrir y en el buró de la cama lucían un sin fin de medicamentos; ella estaba sentada en la cama y sonrió ante mis palabras.
—La gente cambia.
—¿Y quién fue el afortunado?
—Eso ya lo sabes.
—Juan.
—Sí.
—Vaya, sí que tienes que cuidar a tu chica, te mueres y se casa con su ex —eso la hizo reír —. Tuvo una buena compañera entonces.
—Sí, siempre tan lindo hasta el final.
—¿De qué murió?
—Vejez, Juan me llevaba cuatro años, claro que se iba a ir primero —me quedé en silencio mientras la miraba, bajo la piel arrugada y los anteojos, seguía siendo ella, tenía más de ochenta pero no estaba perdida, seguía consciente —. Pregunta, sé que quieres saber.
—¿Y los demás?
—Muertos, al final serás quien gane este juego —dijo tranquila —. Daniel murió en el 94 por Sida, vivió en este cuarto sus últimos momentos y solo Juan y yo sabíamos de qué se quejaba tanto, al final una gripa se lo llevó; Carlos murió en el 85, su edificio se desplomó en la mañana del 19 de septiembre; y a Mario lo encontramos dos semanas después de esa noche en una fosa.
—Así que somos las últimas.
—Serás la última, estuve esperando este momento desde hace años; solo quería volver a verte.
Me atreví a sentarme a su lado y le tomé la mano.
—Tenía miedo de que todo hubiera sido invento de mi cerebro; y resulta que no lo fue, tu fuiste real, lo vivido si paso y me alegra haberte vuelto a encontrar —le sonreí mientras ella me miraba.
—Ahora sé que puedo dormir en paz, mi chica volvió.
—Solo que tengo la edad de tu nieta, ¿Está soltera? —dije a lo que ella me soltó un manotazo y reímos a carcajadas.
—Dejala en paz, se va a casar en un par de semanas.
—¿En donde he visto eso antes?
—Eres incorregible Alexa.
—Y así me amaste.
—Y así te sigo amando —me tomó del rostro para después dejar un beso en mi frente.
Pase toda la tarde con ella, platicando de su vida; de la vida de todos, como tuvieron que irse y al volver compraron la casa, al principio solo era un espacio de resistencia, al parecer muchos artistas pasaron por esos pasillos. Hasta que una noche de copas le dio su primer hijo, Juan y ella se casaron y vivieron juntos cada uno por su lado.
Había sido una buena vida; me quedé hasta muy tarde y acepte la invitación de su nieta para cenar, debo decir que la chica muy hetero no era si termino cayendo en mis coqueteos; algo que a Teresa le hacía mucha gracia. Al final de la noche tuve que irme a mi casa.
Le prometí volver al día siguiente y lo hice, fui cada día hasta el último; incluso fui a la boda de su nieta y digamos que me la pase muy bien con una de las damas. Se fue una noche de noviembre justo después de irme, su nieta me marcó en la mañana para avisarme y luego estuve casi cuarenta y ocho horas despierta acompañando a la familia.
Regresé a mi vida y muchos meses después la chica me volvió a contactar, dijo que aparecía en su testamento así que fui a la reunión; me había dejado la casa y un seguro de vida con los ahorros de todos; yo había ganado ese juego turbio que una mañana de septiembre hicimos, “el último en quedar con vida se queda con todo”.
Por más que me negué, su familia insistió, no sé qué les contó ella pero no me dejaron irme sin aceptar la herencia. Dejaron la casa tal como ella la dejó y siguió así mucho tiempo hasta que decidí cambiar todo. Había encontrado cuadros de Daniel, escritos de Mario, grabados de Carlos y fotografías de Juan; mucha historia que adornaba ahora la casa.
Yo gané.
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