Dormir sin corona
No sabía por dónde iniciar, así como Alma Delia tampoco sabía hacerlo; el problema es que ella iba a contar la crónica del viaje en la búsqueda de su padre, yo en cambio sé donde está. En su casa con su nueva familia, sale a trabajar de lunes a sábados desde las cinco de la mañana para cruzar la ciudad de Guadalajara y regresar a casa después de las seis. Los domingos lo llevan al mercado y a misa. Misa, como si en su vida hubiera sido muy religioso, un catolico de apariencia. Va ahí con su nueva pareja, su nueva hija y ahora su nueva nieta, no lo sé. Ya no importa, porque una diferencia entre Marie Curie y yo, es que yo no busco #HonrarAlPadre. O tal vez sí y es justo esa indiferencia lo que hace que lo honre.
Pero tampoco quería hablar del duelo como lo hizo Rosa Montero, porque tengo veinte años y las mayores pérdidas que he tenido es que mi boyband favorita se haya separado y sí, es un karma por burlarme de las directioners en su momento; otra perdida es que mi personaje favorito lo hayan matado, también yo me encapriche por una saga más larga que el canon de la biblia; y que Netflix haya cancelado esa serie de una pelirroja que habla mucho. Además de eso solo tengo una bisabuela muerta que en vida me mandaba a la tienda a escondidas para comprarle chiclosos; un abuelo que perdió ambas piernas por la diabetes y que me regaló una muñeca cuando ya era muy grande para ellas; y un primo demasiado lejano para tener una relación profunda pero que se tomó el suministro de agua cuando subíamos la pirámide del sol en Teotihuacan.
Mucho menos tengo una amiga con quien comparar mi vida porque la mayoría de mis examistades han quedado en el olvido siendo reducidas a post en Facebook, Instagram y memorias en Snapchat. Por lo que tampoco puedo iniciar esto como Leila, ni mucho menos rescatar a una Emma de mis memorias.
Así que decidí hacer lo que todo el mundo ha hecho con mi vida, preguntarle a otra persona que debo hacer por lo que si le pregunto a alguna de mis abuelas como inicia esta historia, dirían que pasó una tarde soleada en París; aunque tal vez haya sido en Roma y tal vez no era de tarde sino de noche y puede que no hubiera sido algo soleado ni mucho menos caluroso porque si sé que pasó en octubre.
Porque nueve meses después en una madrugada lluviosa, llegué a este mundo. Así que como puedes ver, detalles no tengo, porque no los quiero. ¿Quién quiere tener la imagen de sus padres en pleno éxtasis? No gracias, prefiero seguir creyendo que una cigüeña me trajo desde París en una mantita en la puerta de mi hogar.
¿Se imaginan que sea como ese corto de la cigüeña de Pixar? La mía tenía que haber venido con chaleco a prueba de balas para entrar a Jalisco. Pero así fue mi primer nacimiento o despertar de cierta manera.
Porque analizando detalladamente mi existencia ¿Alguna vez has despertado? Pero no ese despertar por las mañanas odiando la alarma y pidiendo cinco minutos más; en realidad es más como despertar de un largo sueño de ignorancia infantil y de repente una tarde de escuela jugando voleibol bajo la lluvia, algo levanta un switch en tu cerebro y despiertas. No es lindo descubrir la realidad tal como es, entiendes que papá se va a ir; entiendes qué mamá llora por su culpa; entiendes que ninguno va a hablar del tema y te toca seguir fingiendo ignorancia para enterarte de lo que ocurría.
Cuando desperté no llegaron poderes, no llegó un wey de dos metros a decirme que era maga y me habían aceptado en un internado para magos. No me hicieron una prueba para ver qué facción me tocaba. No vino un rubio con tatuajes para ayudarme a buscar a mi madre. No encontré un reino en las profundidades de un armario. No entre a una urna para..., no, mejor me salto Los juegos del hambre. En fin, nadie vino a decirme si el saber que mi padre le había sido infiel a mi mamá a los nueve era bueno para mí mente.
Pero todo eso me lleva al ahora, el momento preciso donde me enfrentó a una baraja de tarot para saber si pasaré mis extras. El momento exacto donde colocó a las personas en velas para acelerar su karma. El momento fijo donde me encomiendo a Hécate cada que debo regresar sola de noche a mi casa. Porque ya he perdido el rumbo de mi vida más veces de las que puedo contar; porque tantas noches oscuras me han hecho darme cuenta que mi abuela solo es una católica de apariencia que manipuló a mi mamá para que tuviera un hijo casado por la iglesia; que ha manipulado a todos para que los nietos tengamos los sacramentos: "sí me muero al menos los habré visto confirmados".
También termine comprendiendo, o eso me digo, que mi papá tenía tanto derecho a irse como mi madre de rehacer su vida. El problema es que mi mamá se culpa por esa decisión y mi padre ha perdido el derecho a decidir; en realidad ya perdió todo derecho sobre ella porque después de diez años mi mamá se atrevió a pedirle el divorcio y por fin puedo hacer chistes de exesposos.
Así que en resumen, soy bruja; creo que un cuarzo me cura mis migrañas, que un palo de madera hará que logré terminar mis tareas, que un duende me traerá dinero y que veo estudiantes muertos en el pasillo de la facultad a finales de septiembre. ¿Esquizofrénica? Mi psicóloga solo dijo que un 2%, pero no había de qué preocuparse.
Regresando a la historia, crecí feliz, tanto como se puede ser feliz en un pequeño pueblo tomado por el narco; mi madre dice que hubo un tiempo donde te mataban por mirar mal a alguien; donde mataban a los papás de sus niños y luego iban a los funerales para asegurarse que estaba muerto y ya de paso rematarlos. Yo no recuerdo eso.
Ni siquiera recuerdo cuando secuestraron a la hija de uno de los candidatos a la presidencia del pueblo; todo para que se fuera y no buscará el puesto. De aquello solo quedó la moto del novio destrozada, muchas facturas del psicólogo y las cadenas que regaló el candidato en el cierre de ciclo escolar de la escuela donde mi mamá trabajaba.
Es un pueblo, claro que la directora iba a conocer personalmente al candidato y claro que iban a tener demasiados policías con pistola en el evento de fin de ciclo asegurando que no lo maten. Tampoco me acuerdo de eso; ni siquiera me acuerdo de la camioneta que dicen que estaba afuera del salón lista para escapar.
Pero como te dije, no fue hasta una tarde jugando voleibol en la lluvia que desperté; pero no me quejo, salía todas las tardes a jugar en la calle donde vivía con otros niños que eran mis vecinos. Todos los días después de las seis, después de hacer tareas y después de ver el episodio de Violetta que pasaban por Disney.
Jugábamos a las muñecas, a la casa del árbol, con las bicicletas, fútbol de calle, al bote pateado, las escondidas; nos trepamos a las casas abandonadas, nos metimos en casas que después supimos que eran de seguridad. Recuerdo que también huíamos de los perros de pelea del vecino cuando se escapaban y hacíamos chistes de los Z; niños de ocho años burlándose de uno de los carteles más peligrosos del estado.
Pero mi momento favorito siempre fue la noche. Era un pueblo, Jalisco no estaba tan poblado, éramos de los pocos cotos en la colonia y las estrellas nos sonreían cada noche. La luna iluminaba mi cuarto y antes de dormir mi padre me leía hasta que abrazada a mi oso de peluche para quedarme dormida.
Que vida tan aparentemente tranquila, una marea sin movimiento día a día; leyendo hasta este párrafo, no pude evitar recordar a mi novio diciendo que los autores hispanos tienen vidas románticas y no pude evitar seguirle el juego respondiendo que yo algún día pertenecería a ellos y efectivamente aquí estoy. Vidas imposibles de imaginar, aparentemente tranquilas y sin sentido, supuestamente sin algo interesante que contar.
De todos modos, me gustaba esa rutina; despertar, ir a la escuela, regresar, comer, dormir, despertar, hacer limpieza, hacer tarea, Violetta, salir a jugar, ver las estrellas, regresar a casa, cenar, jugar juegos de Barbie en la computadora, escuchar un cuento y dormir. Aunque a veces se alteraba un poco con la natación; me estoy riendo porque efectivamente mi vida parecería hasta aquí una biografía romántica de cualquier escritor y es que yo era nadadora, tenía ocho años y quedé en tercer lugar del campeonato a nivel municipio, ganándole a niños mayores. Mis maestros decían que tenía potencial como nadadora de cien metros; que podía llegar a las olimpiadas algún día.
Pero estás leyendo esto así que podrás intuir que no pasó. Lo que pasó fue que mi papá no se pudo controlar en el trabajo y se acostó con una de sus compañeras; una que se acostaba también con el supervisor y quien al enterarse le cerró todas las puertas. Así que tuve que hacer una maleta; subir a un camión durante seis horas y llegar a la que en aquel entonces todavía recibía el nombre de Distrito Federal; apenas comenzaba el cambio de nombre y los colores; pero iba a ser mi nuevo hogar.
¿Alguna vez has encajado en un lugar? Bueno yo no, después de irme de mi pueblo el día después de mi cumpleaños y que esté haya quedado manchado y arruinado para el resto de mi vida. No encontré otro lugar al que pertenecer que no fueran sus brazos; te digo que soy estudiante de Hispánicas, el romanticismo lo tenemos incrustado como a un arquitecto su regla T.
Cómo sea, nunca aprendí a encajar; no soporto las quesadillas sin queso; las guajolotas; el sistema del metro; sus diferentes acentos; su birria de res; su barbacoa de res; la cantidad de gente que coexisten en las calles; la familia de mi mamá; la familia de mi papá. Pero sobre todo nunca me acostumbré a su negro cielo en las noches.
Acostumbraba a buscar estrellas fugaces para que igual que a Lottie se le cumple su príncipe; a mí se me cumpliera que mi padre regresara. Pero nunca encontré una y él nunca volvió. Han pasado 10 años desde que llegué a la metrópoli, desde que las vacaciones se volvieron vida cotidiana y nunca entenderé porque si sales diez minutos antes llegas una hora antes y si sales diez minutos después, ya no llegas a ningún lado.

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